sábado, 1 de septiembre de 2012

Bendita Crisis


Me dirigía yo de vuelta de mis tiempos estivales de asueto sobre una de esas cintas de contaminación autorizada, vulgo carretera,  que pisa, que se sobrepone a los campos dispuestos por la naturaleza para que el hombre haga camino, cuando por devoción gastronómica decidí pasarme por el mercado de Orense y visitar a mis proveedores de cabecera de panes y empanadas, de queso y de lacones y productos del cerdo –con perdón- en general.
Como la condición de proveedor de cabecera – algún día os hablaré de ellos- en mi caso implica disponer de lo sublime en cuanto a calidad pero también una confianza que nos permite un cierto grado de afecto personal que hace que nos alegremos de habernos conocido cada vez que nos vemos y extendamos la charla más allá del tiempo a lo general e incluso a lo personal, uno de ellos me comentó que la crisis había paralizado un proyecto encaminado a la supuesta modernización del edificio del mercado y su entorno.
Me interesé por el tema y no daba a crédito a lo que me contaban, a lo que leía. La tal modernización pasaba por despojar al entrañable mercado orensano de uno de los espacios más peculiares, más distintivos, más emblemáticos de este recinto que aún es capaz de contener delicias populares, delicias por su sabor y origen sin que para serlo tengan que estar estéticamente presentadas o elevar su precio a niveles de “entendidos” que solo aprecian en función de lo que ven o lo que pagan. Querían convertir el rianxo del mercado en un aparcamiento.
El rianxo del mercado de orense es la zona de puestos no fijos, esa zona en la que uno puede encontrar frutas y verduras que en muchos casos son producción del minifundio de quien las vende, y uno de los pocos sitios en los que aún se pueden encontrar pavías o tomates con sabor, de esos típicos de la zona de Galicia, rosaditos y llenos de pulpa. Si finalmente el rianxo desaparece o se transforma en una zona de puestos fijos todos esos minifundistas, todos esos pequeños productores que aportan la mayor calidad, el hecho diferencial de frutas y verduras,  desaparecerán, como ya ha sucedido en tantos y tantos lugares.
Asi que bendita crisis que ha evitado la reforma. Es una lástima que esa crisis no llegara antes para evitar que tanto concejal de urbanismo haya dejado el infinito catálogo de obras de mal gusto que jalonan todo lo largo y ancho de este país que aunque llamado España sigue siendo aquel tan oportuno y venerado de Celtiberia Show, o el España S.A. que el Forges apuntaba.
Aún conservo en la retina la pequeña y antes recoleta, casi lúgubre con la noche y la niebla, Plaza de La Guía en el Concejo de A Guarda (Pontevedra). Aquella plaza en la que yo entreví por primera vez a la Santa Compaña no es ahora, después de ser enlosada, iluminada por unas ultramodernas farolas de leds que ciertamente contrastan con la capilla de la Virgen de la Guía que ocupa parte del espacio central de la plaza y decorada con una fuente borbotonera, más que un monumento tipo neoyorquino cutre al mal gusto imperante.
Asi que gracias crisis, espero que para las concejalías de urbanismo con ínfulas de pasar a la posteridad –de momento a la del mal gusto-  dures si es posible eternamente. Y que no nos toquen más el estómago si es que lo que tenemos interiormente, y dada la imposibilidad de identificar mucho de lo que comemos, sigue mereciendo tal nombre y no es algún extraño órgano mutante.

miércoles, 18 de julio de 2012

Cierra el Horno de Miquel en Mallorca

Existe en Francia, o existía, una carrera de bicicletas que consistía en tardar lo más posible sin caerse, invertir el sentido de marcha ni poner el pie en el suelo. Lo que hoy quiero denunciar tiene algo en común con esta carrera, es disparatado, pero al menos lo de la carrera era divertido.
Cierra el horno de Miquel en Mallorca, sus ensaimadas, las ensaimadas que desde 1600 se hacían en su establecimiento y consideradas entre las mejores, ya no podrán degustarse. Miquel no tiene relevo generacional y sus políticos con una inmensa tasa de desempleo entre las manos son incapaces de organizar una solución para organizar una escuela en la que el maestro enseñe sus secretos y sus aprendices sigan con el compromiso de calidad y tradición. Es más sencillo pagar subsidios de desempleo, inyectar dinero a los bancos o subvencionar a instituciones cuya única finalidad acaba siendo ellas mismas.
Cierra el horno de Miquel en Mallorca. Ya cerró hace poco La Ibense en Ourense, que hacía los mejores helados de mantecado y de chocolate de España. Hace ya unos años que cerró El Martinot en Valencia donde las paellas se ajustaban exactamente a los cánones de excelencia. Tampoco hace mucho desapareció la mantequilla artesanal, la leche de lechera, los quesos de autor, los aguardientes de aguardenteiro, la fruta con sabor...
En unos casos las normativas absolutamente de espaldas a la realidad, en otros casos la desidia, la apatía, el desconocimiento popular proporcionado por la persecución implacable de unas autoridades únicamente interesadas en la recaudación o tal vez en favorecer intereses no necesariamente ciudadanos.
Cierra el horno de Miquel en Mallorca. Creo que habría que declarar establecimientos de interés nacional a algunos emblemáticos locales que contra corriente intentan preservar la tradición de la calidad sobre el valor en alza del beneficio. ¿Acaso no son compatibles? ¿Hay que abominar de la calidad para que la caja saqlga fortalecida?
Cierra el horno de Miquel en Mallorca. Ya podemos disponer de otro pequeño, apenas apreciable, insignificante RIP en la lápida de la cultura gastronómica tradicional de este país que un día se llamó España y mañana... se llamará como a los políticos les haga falta.

viernes, 22 de junio de 2012

El Cascabel del Gato

Empiezan a proliferar las tiendas electrónicas de productores, de grupos de consumidores, de cooperativas, de agencias del ramo e incluso de tiendas de productos escogidos. Empieza a ser la oferta tan cuantiosa que puede empezar a pasar lo que sucede en otras cosas en internet, que el usuario lo que necesita es una guía  de facilitación y un  marchamo de calidad, algo que le permita entrar con la confianza de que sabe donde tiene que entrar y que la calidad está asegurada. 

Esto nos apunta dos problemas: el primero es la complejidad de la compra, el otro la garantía de calidad.

Si uno quiere comprar con cierto criterio puede pasarse el día buscando páginas, cada una de las cuales le ofrecerá un par de productos, o hasta tres, y tiene que ponerse a ello armado de cuaderno, calculadora y agenda. Ir apuntando lo que compra en cada página, cuanto se ha gastado, cuanto en productos y cuanto en portes, cuando está previsto que lo reciba... o recurrir a las tiendas electrónicas de los de siempre que tienen lo de siempre. Me parece caro en tiempo de usuario y tedioso.

¿Y quién marca la calidad?¿Quién garantiza que el producto ofrecido es de la calidad sugerida?, o incluso ¿como saber si el criterio de sabor, origen, calidad, tiempo y tipo de producción coincide con el del usuario final?¿En cada tienda?

Alguien debería de poner un poco de cordura en una carrera que a pesar de haberse iniciado recientemente ya tiene más corredores que la maratón de Nueva York, pero, por hacerme una última pregunta, ¿quién le pone el cascabel al gato?

martes, 15 de mayo de 2012

Platillos Itinerantes

Permítaseme la chanza, pero analizadas las similitudes no he podido evitarlo.

Debatía hace poco con empeño con un cocinero sobre el origen del gazpachuelo y explicaba que parecía ser un plato itinerante con origen en cierta zona de Sevilla y que se enriquece al llegar a Málaga incorporando el pescado. Y sostenía esta impopular versión por una simple cuestión de sentido común. Es más fácil imaginar, como sucede con el ajoarriero y otros manjares que han hecho camino, que la composición original va incorporando productos propios de la zona a la que llega que la contraria de que va perdiendo sustancia en su recorrido.

Vino en mi auxilio entonces al recordar que el mismo plato pero con el nombre de sopa mahonesa existe también en Almería y tiene los ingredientes de la versión sevillana - el gazpachuelo en Almería es otra cosa totalmente diferente-. Si hay dos lugares que tienen una composición muy semejante y otro que tiene una versión enriquecida el sentido común nos lleva a una conclusión. Conclusión que no tendría por que ofender a nadie.

También es verdad que ciertos manjares al viajar caen en manos de desaprensivos que cambian sus ingredientes, sus técnicas y aún, y más grave, la calidad de los productos utilizados. A estos es a los que yo denominos O.C.N.I. (Objetos Comestibles -o no- No Identificables). Por ejemplo, por ejemplo... ciertas "paellas" para guiris cuya única coincidencia con el original es el color del arroz.